“
La mayor parte de la producción cinematográfica, con su violencia arbitraria y erotismo blando, revela una deficiencia del cerebelo, en lugar de invención de nuevos circuitos cerebrales… Puede hablarse de sinapsis, conexiones y desconexiones: no hay las mismas conexiones, ni se trata de los mismos circuitos, por ejemplo, en Godard y en Resnais. Pienso que la importancia o el alcance colectivo del cine depende de este tipo de problemas” (Deleuze)
Como lo hice con las
canciones o con los
libros, elegí en esta ocasión las mejores películas vistas a lo largo del 2010. Clásicos, de culto, bizarras, contemporáneas, estás fueron algunas de las películas que hicieron del año pasado algo más soportable. Ahí van (en orden cronológico según como las vi):
Of time and the city [Del tiempo y la ciudad] de Terence Davies (Inglaterra, 2008)
Hermosa combinación de textos e imágenes de archivo sobre Liverpool. Aunque lo mejor de todo es sin duda la deliciosamente exagerada pronunciación británica con la que esta narrado (por el propio TD). Todo pasado fue mejor, parece decirnos Davies, y a veces no queda otra que asentir.
Le rayon vert [El rayo verde] de Éric Rohmer (Francia, 1986)
Sin la tendencia a la humorada de Woody Allen o la solemnidad de Bergman, Rohmer logra captar de forma sutil y compleja la neurosis (femenina) moderna.
Du rififi chez les hommes [Rififi] de Jules Dassin (Francia, 1955)
Allí donde “Ocean’s Eleven” falla es donde “Rififi” triunfa. En lo artesanal y detallista del robo; y en esa camaradería palpable que no puede ser manufacturada con efectos.
The pillow nook [Escrito en el cuerpo] de Peter Greenaway (Inglaterra, 1996)
Este tipo de películas es la que te hacen reflexionar sobre lo limitada y poco explorada que esta la narración y forma cinematográfica. Única.
Persona de Ingmar Bergman (Suecia, 1966)
Extrañamente pienso a “Persona” como una especie de resumen del cine de los sesenta: una década donde distintos directores se emprendían en una carrera invisible por llevar al cine a un más allá, y lo hacían sin necesidad de shockear gratuitamente o encandilarnos con efectos. En su película más hermética Bergman logra una de los relatos más extraños y eróticos de la historia del cine sin mostrar siquiera un muslo.
The man from earth de Richard Schenkman (EEUU, 2007)
Presupuesto nulo, actores regulares, prácticamente todo el desarrollo de la película en una sola habitación, texto de antemano poco verosímil y pavote. A pesar de todo terminamos en la punta de la silla como si tuviéramos siete años. Cuando el todo es más que la suma de las partes.
Hannah and her sisters [Hannah y sus hermanas] y
Another woman [La otra mujer] de Woody Allen (EEUU, 1986 y 1988)
El WA de los ochenta estaba afiladísimo y le salían estos dramas adultos completamente geniales. Los personajes queribles y conflictuados de toda la vida pero siempre con una vuelta de tuerca más.
Lat den ratte komma in [Let the right one in] de Tomas Alfredson (Suecia, 2008)
El cine de terror actual esta construido sobre la hipótesis de que su público modelo tiene quince años. A partir de esa premisa consideran que ya no importa construir una historia, delinear personajes o darle profundidad a las imágenes. A razón de eso tenemos películas: o de tortura en la que la historia es completamente contingente (“Saw”, “À l'intérieur”) o aquellas que basan/se juegan todo su atractivo en el efecto de verosimilitud para generar sobresaltos (“Actividad paranormal”, “Rec”). Sumado a estos productos de dudosa índole se encuentran a su vez un grupo de películas y series (“Crepúsculo”, “Vampires Diary”) que actualizaron el viejo mito de Drácula, pero quitándole toda el aura maldita e interesante que directores como Murnau, Dreyer o Herzog le habían dado. A contramano de todo aparece este ovni sueco, que sin olvidar la forma, además de darnos un julepe bárbaro nos regala una de las mejores reflexiones sobre el amor y la amistad.
Brief interviews with hideous men de John Krasinski (EEUU, 2009)
“¿Qué es lo que quieren las mujeres? O ¿qué es lo que creen qué quieren o deben querer?” Se preguntan un par de personajes a modo de voz off. Obviamente no hay una respuesta, aunque aquí la búsqueda este en el lugar menos esperado: en los hombres. Una gran radiografía de esa eterna, y pareciera no pasada de moda, batalla de los sexos. Capítulo aparte para los diálogos y los monólogos: todos y cada uno de ellos son absolutamente brillantes (no por nada el film es una adaptación de ese genio por descubrir que fue David Foster Wallace).
Vivre sa vie: film en douze tableaux [Vivir su vida];
Banda à part [Banda aparte] y
Pierrot le fout [Pierrot, el loco] de Jean-Luc Godard (Francia, 1962, 1964 y 1965)
Godard es uno de los pocos directores que realmente puede sentirse dueño de su propio arte. La libertad narrativa, la deconstrucción de los géneros, la cita como herramienta constante, las mujeres y el humor. Con cada película Godard llegaba más lejos y parecía querer clausurar de una vez y para siempre la historia del cine. Todo el cine moderno abreva de muchas de estas películas.
Angs essen seele auf [La angustia corroe el alma] de Rainer Werner Fassbinder (Alemania, 1974)
Parafraseando a Derrida, Fassbinder parece decirnos que el fantasma del nazismo acecha Alemania. En ese amor improbable entre una vieja y un árabe, se filtran las miserias que muchos pensaban superadas.
Inglourios basterds [Bastardos sin gloria] de Quentin Tarantino (EEUU, 2009)
Tarantino siempre fue un maestro para las escenas de acción pero no hay que olvidar su magnifico oído para los diálogos filosos. Aquí lleva su arte a un estadio superior y nos regala dos de los mejores momentos cinematográficos del año: 1) el incendio del cine rematada con la imagen fantasmatica de Shoshana gritando “Esta es mi venganza judía!” y 2) el dialogo en la taberna subterránea, en la que QT da una clase sobre como construir el suspenso sólo a partir de palabras y de la importancia de la lengua y el habla (algo que Hollywood decidió hace ya tiempo ignorar para contentar a su público no lector)
A women under the influence [Una mujer bajo la influencia] de John Cassavetes (EEUU, 1974)
En occidente en el siglo VI a.c. los griegos comenzaron a realizar pequeñas escenificaciones y representaciones de sus textos soñando tal vez que dos mil años después algo como lo que hace Gena Rowlands en esta película sucediera (si, es así de buena). Cassavettes, de paso, es el único cineasta norteamericano de esa época (si más que Copolla, más que Scorsese y más que el que quieran) que uno puede colocar junto a las glorias del cine europeo: esos encuadres, esos movimientos bruscos de cámara, esos climas incómodos, esos personajes…Una verdadera obra maestra.
Play Time de Jacques Tati (Francia, 1967)
Tati (como antes lo había hecho Lang con “Metrópolis”) imagino/construyo un futuro no muy distinto del que vivimos hoy: ciudades cada día más despersonalizadas (en la agencia de turismo todos los destinos se parecen), absurdas, falsamente funcionales que tienden a compartimentalizar la vida de las personas y automatizar sus comportamientos. Sin un solo primer plano, Tati toma distancia de ese mundo pero a su vez nos regala libertad visual, permitiéndonos mover por el plano y apreciar los pequeños detalles que se suceden en los distintos puntos de la pantalla; el ejemplo paradigmático de esto es la escena del restaurante (uno de los hitos de la historia del cine) en la que prácticamente tres o cuatro gags ocurren de forma simultanea ante nuestra vista. Hay una interesante ironía en pensar que a pesar tener más de cuarenta años “Play Time” sigue teniendo una absoluta vigencia (formal y temática), mucho más en estos años de 3D, en la que la industria en lugar de indagar, experimentar con la profundidad de campo (como lo había hecho Tati) y llevar el cine a un nuevo estadio, consigue solamente atosigarnos con nuevos espejitos de colores que nada aportan al film en si.
Let each one go where he may de Ben Russell (EEUU/Surinam, 2009)
Empieza como otra típica película de festival y termina dos horas y veinte después reescribiendo la historia del cine (exagero, obvio). Este viaje mítico hacia el ¿pasado? de Surinam dividió la sala: la mitad se fue puteando (en voz alta!) y el resto, todavía un poco confundidos, sabiendo que acabamos de ver algo increíble.
Koyaanisqatsi de Godfrey Reggio (EEUU, 1982)
La acusan de predicar una filosofía media new age, puede ser, pero nunca imágenes y música (a cargo de Phillip Glass) se entendieron tan a la perfección. La película empieza lenta, contemplativa, pero después comienza una progresión y un ascenso contante en el ritmo que llega a un climax que dura ¡diez minutos! y nos deja de cama.
Terra em transe [Tierra en transe] de Glauber Rocha (Brasil, 1967)
GR es generalmente asociado al llamado cine social o político de los sesenta, a contramano de eso dirigió esta maravilla sobre la imposibilidad de la política y la poesía de entenderse. Acá no hay panfleto, acá hay arte puro, algo que no se puede afirmar tan tajantemente con Pino Solanas.
A single man [Un hombre soltero] de Tom Ford (EEUU, 2009)
La película con más swing que vi en mi vida. Una historia sencilla elevada por una actuación soberbia de Colin Firth.
Paris, Texas de Wim Wenders (Alemania, 1984)
Sam Shepard pone la mitología de la carretera y el interior norteamericano; Wenders agrega el vagabundeo por las ciudades del cine moderno y la melancolía europea; y Ry Cooder toca su guitarra con slide y ya nos damos cuenta de todo. Juntos hacen una obra mayúscula sobre la alienación del sujeto.
Das weisse band [La cinta blanca] de Michael Haneke (Austria, 2009)
La película grita Bergman por todos lados: “El huevo de la serpiente” en lo temático y el frío blanco y negro bergmaniano en lo formal. En su película más redonda (y más autoconscientemente clásica) Haneke nos regala un policial asordinado y ominoso. Alguien algún día deberá estudiar con detalle esos finales hanekianos y su efecto en el público…Su derrota en los oscars ante “El secreto de sus ojos” solo exacerba su grandeza aún más.
Nattvardsgasterna [Los comulgantes] de Ingmar Bergman (Suecia, 1962)
El silencio de dios fue siempre uno de los ejes de las películas de Bergman: como lidiar ante el horror de saber, no que estamos solos y solos debemos arreglárnosla, sino que hay un dios y que este es un impasible testigo del horror. Los personajes pueden perder su fe, pero -gracias Bergman- jamás su humanidad.
A londoni férfi [El hombre de Londres] de Béla Tarr (Hungría, 2007)
En uno o varios planos secuencias (ahora no recuerdo exactamente) magistrales se nos introduce como un vigilante nocturno presencia desde su cabina un asesinato y la subsiguiente perdida de un maletín. A partir de esta simple premisa Béla Tarr (probablemente el director más talentoso de la actualidad) construye un policial en grado cero y contado con una total parsimonia, en la que el conflicto es solo una excusa. La película que Hitchcock hubiera hecho si fuera un húngaro contemporáneo depresivo.
Juventude em marcha [Juventud en marcha] de Pedro Costa (Portugal, 2006)
Buñuel al filmar “Los olvidados” dijo algo así como que trató de denunciar la triste condición de los humildes, pero sin embellecerla, porque odiaba el carácter de la dulcificación de los pobres. Costa más que ningún otro cineasta (incluido Buñuel) entendió esto a la perfección. Tal vez por eso es una película difícil, dura para entrarle, pero es imposible no rendirse ante esas imágenes que parecen querer reinventar la historia del cine en cada plano.
My Winnipeg de Guy Maddin (Canadá, 2007)
Maddin hizo de su ciudad su propio parque de diversiones cinematográfico, un lugar donde cualquier cosa es permitida. Romántica, nostálgica, experimental, delirante: “My Winnipeg” es una hibrida canción de amor a una ciudad pero también al cine mismo.
Solntse [El sol] de Alexander Sokurov (Rusia, 2005)
Cuando una película es menos su historia que los gestos que la componen. En las postrimerías de la participación de Japón en la WW2 Sokurov se detiene en la figura de Hiroshito y la disecciona como si fuera un pequeño animalito indefenso (¿qué pasa por la cabeza de un hombre cuando su imperio está a punto de llegar a su fin?). Más empático que lo que uno podría suponer, Sokurov rescata un poco la humanidad del dictador japonés y filma el pasaje, la transformación del Dios en un hombre; todo como si fuera un extraño sueño.
El hombre robado de Matías Piñeiro (Argentina, 2007)
Chicas lindas que se pasean por museos, hablan de Sarmiento y conspiran para cagarse los novios. Extraña película de aire rivetteanos. Actúa Romina Paula, la enfant terrible de la literatura argentina y eso paga la bajada.
Politist, adjectiv [Policia, adjetivo] de Corneliu Porumboiu (Rumania, 2009)
Kafkiana pero al revés, Porumboiu decide seguir los movimientos de un policía al que le han asignado un caso rutinario. Atrapado en la burocracia de un crimen que perderá vigencia en unos años y que no afecta prácticamente a nadie, el rumano filma (como Antonioni, Akerman, Alonso o muchos cineastas contemporáneos) tediosamente el tedio para que experimentemos lo que experimenta el protagonista. Aún así nos regala para el final dos escenas monumentales que resumen el ethos de la película: el plano secuencia en la oficina del jefe que le da sentido a toda la película y esa última imagen de un pizarrón en la que se plantea la acción pero obviamente se la omite.
A serious man [Un tipo serio] de Joel Coen / Ethan Coen (EEUU, 2009)
El plano final me atormentó por semanas. En él se resumen tanto el pesimismo como el excesivo cinismo del cine de estos hermanos.
The bad lieutenant: port of call New Orleans [Maldito policía en New Orleans] de Werner Herzog (Alemania, 2009)
Se vendió Herzog a Hollywood? Ja de ningún modo, en todo caso pareciera más cerca de querer destruirlo desde adentro que de integrarse. Es increíble pero tiene que llegar un alemán para mostrarles a los americanos sus propias miserias: esa New Orleans decadente que parece no poder recuperarse de las consecuencias del huracán; pero también como filmar una película de género sin que eso signifique, como decía Derrida, que no se puede jugar en sus márgenes. Un policial brutal, delirante e hiperbólico, que se aprovecha del status caricaturesco actual de Nicholas Cage y lo multiplica por mil (“Shoot him again. His soul is still dancing!").
Stellet Licht [Luz silenciosa] de Carlos Reygadas (México, 2007)
El (falso?) plano secuencia de la caída del sol con el que finaliza la película es uno de los hechos estéticos más geniales que presencie en mi vida. Me arrepiento de no haberme parado en el cine y aplaudir.
Lo que más quiero de Delfina Castagnino (Argentina, 2010)
Una joven porteña, cuya relación amorosa tambalea, viaja al sur para compartir algunos días con una amiga a la que se le acaban de morir sus padres. No pasa demasiado, pero en otro sentido pasa todo: sin caer en el drama ni en la sensiblería, esta relación de amistad puesta a prueba por la distancia, crece, se estanca y explota delante de la pantalla. Filmada en una serie de rigurosos y geniales planos secuencias, “Lo que más quiero” es sin duda la mejor película Argentina del año.
Primer de Shane Carruth (EEUU, 2004)
Si a una historia súper compleja encima le sumamos que vemos el 50% (estoy siendo generoso) de “lo que pasa” vamos a tener algo como “Primer”. Obviamente no sé entiende, pero ahí hay algo. El problema que rondo mí cabeza por esos días fue: ¿pero se ve aunque sea un índice (Pierce) de “eso que pasa”? ¿O es solo una reconstrucción extratextual hipotética hecha a posteriori (por geeks) que genera la sensación de completud? Y si esto último fuera verdad: ¿tiene valor la película entonces, no nos estaría hablando de una falencia del guión? A pesar de estos interrogantes que exigirían que la vea por tercera vez, “Primer” le da una vuelta de tuerca a la narración y permite pensar que el cine todavía tiene futuro.
Ordet [La palabra] de Carl Theodor Dreyer (Dinamarca, 1955)
Si con “Juana de Arco” Dreyer rozaba lo trascendental, con “Ordet” definitivamente lo logra. Una película que casi me hizo dudar de mis creencias religiosas (a mi, un maldito ateo nihilista contemporáneo).
สุดเสน่หา [Blissfully yours] de Apichatpong Weerasethakul (Tailandia, 2002)
No puedo decidir en mi cabeza si AW es un genio o un farsante. Si en “Tropical Malady” estaba más cerca de lo primero, acá esta siempre amagando con robarnos la billetera. Aún así regala tres o cuatro de esas escenas de una naturalidad y una belleza únicas que valen por mil filmografías.
Un condamné á mort s’est échappé ou le vent soufflé où il veut [Un condenado a muerte ha escapado] de Robert Bresson (Francia, 1956)
Bresson hizo del ascetismo y la austeridad su marca de estilo, eso puede verse en esta maravilla simplísima pero llena de suspenso. No recuerdo si al final después de escapar el personaje da un gran suspiro o si ese fui yo.
Greenberg de Noah Baumbach (EEUU, 2010)
En algunas de sus películas Baumbach se encargo de tematizar la perdida de la inocencia de los jóvenes en el temido pasaje al mundo adulto (“Kicking and screaming” y “The Squid and the Whale”). En su nuevo film el tema sigue siendo prácticamente el mismo pero con el único agravante que Greenberg el protagonista del film ya no es un niño. Ben Stiller en el papel de su vida (ahí nomás con “Zoolander”) es un neurótico (como la Nicole Kidman de “Margot and the weeding”) ex roquero que nunca hizo nada provechoso de su vida y que es un perfecto síntoma de lo que el sistema hace de nosotros si pretendemos alejarnos de su camino.
Paris nous appartient [Paris nos pertenece] de Jacques Rivette (Francia, 1960)
Borges dijo que el secreto de un gran narrador, es contar las historias como si no se las entendiera del todo; Rivette parece haber tomado nota de eso. Una investigación es llevada adelante por una adolescente que no termina de comprender que el misterio o la conspiración, no sólo la supera, sino que la integra. La ciudad vista como nunca (paranoica, desolada, inquieta y bohemia) se transforma en un elemento más de ese enigma que nunca se menciona pero se intuye. La “Invasión” (Hugo Santiago) francesa, aunque, obviamente diez años antes.
Sans soleil [Sin sol] de Chris Marker (Francia, 1983)
No sé que es esta película exactamente, solo sé que es una maravilla. Un ¿documental? ¿ensayo? que reflexiona sobre la memoria, el tiempo, el poder, el cine, la muerte, la vida. Todo, obviamente, plagado de intertextos, teorías descabelladas e imágenes cautivantes.
Ascenseur pour l’échafaud [Ascensor para el cadalso] de Louis Malle (Francia, 1958)
La libertad de la pareja arriba del descapotable surcando las calles de París y la opresión del asesino/amante encerrado en el ascensor sabiendo que el tiempo se le acaba. Y de fondo la trompeta de Miles Davis. Con eso ya tenés un clásico.
Abschied von gestern [Anita: una muchacha sin historia] de Alexander Kluge (Alemania, 1966)
Uno no puede escapar de su pasado, aún si no lo recuerda, lo inventa o no lo tuvo. Kluge si entendió a Godard.
Les favoris de la lune [Favoritos de la luna] de Otar Iosseliani (Georgia, 1984)
Una película coral pero en la que sus integrantes desafinan, entran antes o después de tiempo, cantan una canción diferente, etc. Una maravilla hecha de situaciones ligeramente inconexas, capaces todas de fundar su propio género.
Arrebato de Iván Zulueta (España, 1980)
Un director de cine clase b recibe de un adulto-niño una serie de películas caseras que intentan captar la belleza abstracta de la vida. El poder fantasmagórico y destructor del cine en su momento más alto (intuyo que David Lynch debe haberse encerrado en su pieza millones de veces temiendo desaparecer después de ver esta película).
All about Eve [Eva al desnudo] de Joseph L. Mankiewicz (EEUU, 1950)
La ambición toma la forma de una chiquilla (no tan) inocente que sueña los sueños de millones de jóvenes actuales: alcanzar la fama a como de lugar. Hollywood ya empezaba a mostrar su peor cara.
The apartment [El apartamento] de Billy Wilder (EEUU, 1960)
La historia es genial pero sus actores descollan: Jack Lemmon parece actuar a una velocidad diferente del resto de sus contemporáneos, y lo hace con humor y distinción. Ahh y Shirley MacLaine: la chica perfecta que siempre quisimos sin saberlo.
Cría cuervos de Carlos Saura (España, 1976)
Anna Torrent sienta para siempre un precedente en la actuación infantil: ya no basta con no mirar a la cámara o sonreír adorablemente. En esos ojos vacíos y melancólicos se esconden los fantasmas de la muerte, el sexo, la mentira y la guerra civil. Un drama bergmaniano visto a través de la mirada de una niña.
Deep end de Jerzy Skolimowski (Polonia, 1971)
Es 1970, sos John Moulder-Brown con quince años, estás en un callejón de picadilly comiendo un pancho pensando en como levantarte a Jane Asher y de fondo suena “Mother sky” de Can: la vida no puede ser mejor que eso.
PD: Esta es la entrada número 100 del blog. Espero con este post extenso (probablemente uno de los más largos) haberle hecho alguna suerte de homenaje.